Un poco
de historia: La
Congregación de Castilla.
Como bien sabemos, nuestra Orden
Cisterciense consta de Congregaciones monásticas y de monasterios no
pertenecientes a ninguna Congregación que están unidos a ella[1]. La Congregación de
Castilla, en España, fue erigida en el año 1425, tras obtener Martín de Vargas la
Bula Pia supplicum vota de manos del Pontífice
Martín V[2], con
la que se autorizaba la fundación o la incorporación de dos casas en los reinos
de Castilla y León para implantar en ellas la observancia regular, fijándose ya
las novedosas bases de un futuro régimen
congregacional[3].
La personalidad y los ideales de
Martín de Vargas, monje profeso de la
Abadía de Piedra (Aragón) oriundo del reino de Castilla,
fueron decisivos para la revitalización de la vida cisterciense en España, que
a finales del siglo XIV y a comienzos del XV era precaria, ya que los
monasterios de la Corona
de Castilla y León se contaban entre los menos presentables de la Orden; y a la larga en
muchas otras regiones de Europa[4].
La Congregación de
Castilla, de la que mi monasterio forma parte junto con otros doce monasterios
más, es la primera Congregación de la
Orden Cisterciense[5].
Comienza su andadura humildemente y sin grandes medios. Su cuna fue el monasterio
de Montesión, filial del monasterio de Santa María de Huerta, donde, como ya
veremos, tomó el hábito nuestro gran escritor Fray Ángel Manrique. Como toda
institución, nuestra Congregación tuvo sus años de oscuridad y dificultades
internas, debido a la incomprensión recíproca entre el Capítulo General de la Orden y el gobierno de la Congregación. Será
el Capítulo General de 1493 el que reconozca la Congregación y su
estructura, aunque años más tarde vuelven las dificultades. La Santa Sede, concediendo
privilegios particulares a esta Congregación, reconocía también los demás
privilegios concedidos a la
Orden; por esto consideró siempre la Congregación de
Castilla como una congregación cisterciense, es decir, perteneciente a la Orden
Cisterciense[6]. Hay años de declive y
anquilosamiento, así como años de gran vitalidad, como los últimos veinte años
del siglo XV en la que sus monjes alcanzan un excelente nivel intelectual y
espiritual, capaces de prestar buenos servicios a la Iglesia y a la sociedad[7].
Estando formada en los inicios por
monasterios de monjes y de monjas, con el correr de los tiempos podrá subsistir
tan solo en los monasterios femeninos. En 1994, se actualizan sus
Constituciones, en concordancia con las de la Orden y aprobadas por la Santa Sede. El año
2006 marca un nuevo hito para la historia de las Congregaciones, tanto por
parte de la Orden
como de la Santa Sede.
En los casos de las antiguas Congregaciones de Castilla, que es la nuestra, y
del Purísimo Corazón de María o de Bohemia, dada la supresión de los
monasterios de monjes que formaban parte de ellas les ha llevado a ser las
primeras Congregaciones en tener una estructura jurídica exclusivamente femenina
dentro de la Orden
Cisterciense[8].
Motivación
Los cistercienses de Castilla,
podemos presentar un largo y brillante elenco de autores y obras, que han
querido recoger toda una historia y una tradición, mostrándonos facetas muy
importantes del desarrollo y características del Císter español y la vida de
los monasterios[9].
Nuestra Congregación de Castilla
es una “Congregación de escritores”; entre ellos destaca Ángel Manrique
(1577-1649), el más sólido y uno de los más fecundos historiadores y escritores
del Cister castellano[10]. Con
otros muchos monjes y monjas escritores, Ángel Manrique, ha enriquecido las
bibliotecas de casi todos los monasterios cistercienses no solo de España sino
también de Europa, contribuyendo a renovar el interés por una parte importante
del patrimonio cisterciense. Ellos nos muestran un camino por donde ir y
avanzar, como bien nos dice nuestro querido autor Ángel Manrique en su
introducción a los Annales Cistercienses:
“Estarán en deuda con nosotros los que quieren avanzar, por el hecho de
tener por donde ir. Estará en deuda con nosotros el Císter en relación con todo
aquello que debe hacerse por otros, pero que hasta ahora nadie ha comenzado.
Ciertamente es fácil que hayamos podido haber hecho poco en esta materia, sobre
todo por la dificultad, pero se ha hecho lo que se ha podido… ¡Ojala haya quien
corrija y quien borre! ¡Ojala haya quienes añadan y demuestren cuán poco hemos
hecho, siempre que lo que no hemos hecho, lo hagan salir a la luz!”[11]
El patrimonio literario
cisterciense no está solo en el siglo XIII, o época de los “padres
cistercienses”. Son muchísimas las obras de cistercienses españoles que aún
permanecen completamente olvidadas y desconocidas; en parte por estar
redactadas originalmente en latín, en parte porque las que están en romance o
castellano de los siglos pasados nos resultan poco agradables para leer hoy.
Estos autores han leído también e interpretado en su tiempo las obras de los
clásicos cistercienses, y se han enfrentado con la tarea de vivir y expresar el
ideal cisterciense según las características culturales de su tiempo; por eso
no pueden ser ignorados[12]. Y esto
es lo que me ha llevado a hacer este trabajo sobre Ángel Manrique, monje destacado
de la Congregación
de Castilla, a la que pertenece mi monasterio. Un tesoro escondido, cuyas
riquezas quisiera, al menos en pequeño destello, sacar a la luz.
ÁNGEL MANRIQUE: DATOS BIOGRÁFICOS
Nuestro monje nace el 28 de
febrero de 1577 en la ciudad de Burgos. Se llamó por bautismo, Pedro Medina
Manrique, ya que su padre fue Don Diego Medina de Cisneros y su madre Doña
María Manrique. Tuvo tres hermanos; el primero, Diego González de Medina,
corregidor de la ciudad natal, como su padre; luego estaban su hermana, Doña
Beatriz, y otro hermano, que fue cisterciense y que quizá tuviera por nombre
Fr. Bernardo. A los trece años pasa a estudiar al colegio de Santiago en Alcalá
de Henares. Allí posiblemente surgió su vocación a la vida cisterciense, sin
duda por el contacto con el Colegio que los cistercienses tenían en Alcalá,
enfrente del mencionado colegio[13].
A los dieciséis años, el 9 de abril
de 1592, toma definitivamente el nombre de Ángel, cuando recibe el santo Hábito
Cisterciense en el Real Monasterio de Huerta. Hace sus estudios filosóficos en
el Monasterio de Meira, diócesis y provincia de Lugo, y los teológicos en el
Colegio de Loreto o San Bernardo, en Salamanca, del que fue cuatro veces Abad.
El 28 de febrero, -no se sabe de qué año, tal vez alguno de los finales del
siglo XVI-, fue ordenado Sacerdote. El 4 de noviembre de 1613 obtiene el grado
de Licenciado en Teología y el de Maestro de estudiantes en el Colegio de
Loreto de Salamanca, el 7 del mismo mes y año[14].
La Orden supo aprovechar las
cualidades del joven monje Manrique, que una vez formado en la observancia
cisterciense, se ve en las aulas universitarias, de las cuales sacaría los
cimientos para una intensa vida intelectual al servicio de su Orden y de una
profunda sabiduría espiritual que manifestaría en sus escritos espirituales y
sermones. En 1626 fue elegido General de la Congregación de
Castilla; su gobierno fue de entrega y servicio; dejó a sus sucesores el
ejemplo de un gobierno prudente y sabio. Al final de su mandato, volvió a su
cátedra de Salamanca y en abril de 1636 fue nombrado predicador de su Majestad
Felipe IV, coronación de una vida dedicada en gran parte al púlpito, pues la
predicación fue uno de los campos que desarrolló con más éxito; muchas de sus
predicaciones pasaron a la imprenta, constituyendo una parte importante de sus
obras[15].
El Capítulo General de la Congregación le
encargó que escribiese los Annales, crónica
general de la Orden,
obra maestra que le inmortalizó y que
por sus muchas actividades no pudo terminar; publicó cuatro tomos, el último
póstumo, y dejó otros tres en manuscrito, que se pudrieron en su monasterio de
Huerta, en la inundación de 1707. Por las mismas fechas, fue nombrado Prior del
Gran Convento de Calatrava[16].
En 1645, a sus 68 años,
recibió el nombramiento de Obispo de Badajoz[17]. A
pesar de sus muchos años, se entregó de lleno a su labor pastoral, siendo el
siervo fiel de su Iglesia, que visitó totalmente[18]. En
1648 celebró Sínodo, regulando la vida diocesana con sabias disposiciones.
Sobresalió por su prudencia y bien hacer, procurando la paz y la reconciliación
entre sus diocesanos. Al año siguiente, el 28 de febrero de 1649, a los setenta y tres
años de edad, moría en su diócesis lleno de méritos y dejando tras sí una
aureola de virtudes con verdadera fama de santidad y el fruto inmenso de su
labor intelectual, que legó a la posteridad[19].
OBRAS
Contextos
circunstanciales
Pocos monjes cistercienses han
tenido un “currículum” tan brillante, y que se extendiera por tantos lugares
del saber literario y espiritual. Sus obras escritas hacen un gran elogio de
nuestro gran autor; pero mucho más elogioso fue su empeño y perseverancia en el
ideal y vocación de monje cisterciense, hasta el final de su vida.
Ángel Manrique ingresa en el
monasterio de Huerta en un gran momento, en el que las casas de la Orden, especialmente Huerta,
están plenamente integradas en un entorno cultural y social que apunta a la
revitalización de instituciones tan importantes como las claustrales. Estas
instituciones aparecían honorables, daban posibilidades de crecimiento y
desarrollo humano e intelectual, y garantizaban la vivencia de valores
tradicionales, aunque sin cerrarse al porvenir[20].
La necesidad de proveer a las
instituciones religiosas y a la monástica en particular de fundamentos sólidos
de su historia y espiritualidad se fue haciendo creciente desde 1550 en
adelante. De ahí el cultivo del derecho y de la historia. Ángel Manrique, con
sus Annales, su gran obra como ya
veremos, impide que todo se derrumbe. El Císter español, desde mediados del
siglo XV hasta finales del XVII, pasa por momentos muy diferentes, con
distintas necesidades y distintos puntos de vista en el tema de los estudios de
los monjes y su adaptación al devenir de las comunidades. En tiempos de nuestro
autor, tanto en Huerta como en otros monasterios, se respiraba una atmósfera de
fervor y satisfacción en los logros obtenidos, no tanto por acomodarse a las
tendencias modernas, sin más, sino porque se pensaba que era lo que
correspondía a una Orden como la Cisterciense[21].
Los monjes del siglo anterior a
Ángel Manrique, y la
Congregación de Castilla en general, se preocuparon de acoger
los elementos más importantes de una cultura amplia y también acomodada al
régimen monástico: humanidades, derecho, filosofía y teología. El ir y venir de
estudiantes dio origen a una gran adquisición de libros y a una sabia
organización de archivos y bibliotecas. Así en el siglo XVII las bibliotecas
monásticas no eran meros almacenes de libros, sino un punto de referencia y un
exponente de la cultura alcanzada en los monasterios, que llegará a impregnar
la cultura de la sociedad. Ángel Manrique se sirvió para sus obras,
especialmente para los Annales de una
gran red de archiveros y bibliotecarios que le facilitaban los materiales,
especialmente las crónicas de los monasterios, que pone al servicio de un gran
ideal: no sólo contar y publicar las glorias del pasado, sino justificar
socialmente la fuerte posición del monacato cisterciense en la iglesia española[22].
Los Annales Cistercienses: Su gran obra
El P. Damián Yáñez, uno de los
monjes cistercienses, entre otros muchos, gran admirador de Ángel Manrique nos
dice que los Annales Cistercienses
son su obra monumental, que le coloca a la cabeza de los historiadores de la
Orden. En cuatro gruesos volúmenes,
desarrolla los orígenes, evolución y la historia de la casi totalidad de los
monasterios de la Orden,
en el espacio de más de un siglo. Una gran obra, cuyo método empleado en ella
puede calificarse entre los mejores modelos de historiografía de la época, a
pesar de carecer de los medios que hoy tenemos para aquilatar la verdad[23] y de
los fallos que se le achacan. Así, Maur
Cocheril, entre otros, le reprocha a Ángel Manrique haberse servido también de
fuentes menos seguras, como la
Crónica de Císter, del portugués Bernardo de
Brito; por lo que califica a la obra de Manrique de tener grandes errores, no
pudiéndose dar fe a todo lo que escribe ni dispensarse de comprobar sus
argumentos[24].
A pesar de todo, los Annales Cistercienses de Manrique, se
hicieron célebres en toda la
Orden y fuera de ella, marcando un camino por el cual podemos
transitar con cierta facilidad. Para una obra de tal calidad, nuestro autor,
frecuentó bibliotecas notables, entre ellas, la del Colegio de Salamanca,
recogiendo así preciosos materiales que le servirían para edificar su gran
obra. De manera excepcional utilizó la biblioteca de Oviedo, obra de Don Diego
de Covarrubias, en la cual encontraría la ayuda más eficaz, según él mismo nos
dice: “Atque haec ultima (magni quondam
viri Didaci Covarrubias gloriosa cura) fere prae cunctis aliis in usu fuit”.
Al lado de estas grandes bibliotecas y archivos, utilizó como fuentes
inapreciables los escritos y manuscritos logrados por otros monjes, que habían
trabajado ya en el campo histórico, y quienes habían recorrido distintos países
europeos buscando materiales para esta obra monumental. Así, podemos citar a
Fray Ignacio Fermín de Ibero, monje de Nogales, quien hallándose al frente de
la abadía de Fitero, consiguió que Fray Bernardo Cardillo Villalpando
recorriera los distintos países europeos con vistas a recoger datos sobre la
historia de la Orden. Y
Fray Crisóstomo Enríquez en los Países Bajos[25].
Con estos magníficos medios,
Ángel Manrique, logra publicar esta gran obra en cuatro gruesos volúmenes de
gran folio, en los cuales desarrolla los orígenes, evolución y la historia de
gran parte de los monasterios de la
Orden diseminados por toda Europa, desde 1098 en que se fundó
el Císter, hasta 1236. Los tres primeros tomos se publicaron en vida del autor,
y el cuarto después de su muerte.
El tomo I abarca desde 1098,
hasta 1144, es decir, los 47 años primeros desde el nacimiento de la Orden; el tomo II se
extiende desde el año 1148 hasta 1175; el tomo III va de 1173 a 1213; y el tomo IV
desde 1114 a
1236.
Después de las introducciones y
autorizaciones necesarias, se inicia cada tomo con un índice de títulos y
capítulos del Derecho canónico cuyas inscripciones o materias se explican o se
corrigen en los Annales. Sigue el
desarrollo de la obra por años y cada año contiene varios capítulos, según que
haya habido más o menos fundaciones en él. Cada capítulo va dividido en números
marginales, figurando a la cabeza del capítulo el contenido de cada número, que
suele ser la fundación de uno o varios monasterios, de los cuales ofrece datos
concretos sobre los orígenes, el documento clave de fundación y algunos acontecimientos
importantes, con algunas notas al margen señalando las fuentes.
Al final de cada tomo, lleva como
apéndices los abadologios de algunos monasterios. Al comienzo del apéndice del
tomo I explica nuestro autor que, no pudiendo ofrecer las series de abades de
todos los monasterios, prefiere dar las de los más principales. Así, comienza
por el de la Casa Madre
de Císter, al que siguen los de las otras cuatro casas matrices: La Ferté, Pontigny, Claraval y
Morimond. También nos da el catálogo de los Maestres de las Órdenes Militares
Cistercienses: Calatrava, Alcántara y Montesa.
Inserta un índice analítico de
materias, personas, monasterios y asuntos principales tratados en cada tomo.
Todas las páginas van encabezadas con el año de que se trata a continuación, es
decir, en una columna lleva el año de Císter, a partir de 1098, y en otra
columna el año de la era cristiana. Cada año se divide en capítulos y cada
capítulo lleva números marginales. En el índice figura el año, (teniendo en
cuenta que los índices solo aluden a la era cristiana), el capítulo de ese año
y el número marginal en el que consta la cita del índice que a uno le
interesaría buscar.
El tomo IV va enriquecido,
además, con un apéndice en que se ofrece un compendio histórico o tratado sobre
la Congregación
de Castilla, desarrollado en torno al abadologio de Palazuelos[26].
Comienza ofreciendo la reseña de los primeros abades de este monasterio, pero
al llegar al s. XV, se estudian los orígenes, evolución y desarrollo de la Congregación de
Castilla, en un principio con pocos datos, pues cuando Ángel Manrique escribía la Congregación apenas
contaba con monasterios adheridos, pero a partir de fines del s. XV se fue
incrementando progresivamente, reseñando la fecha de las incorporaciones de los
distintos monasterios a la
Congregación, con un resumen del documento en que se autoriza
a los monjes de cada casa de adherirse a ella.
Este tratado no va dividido en
capítulos, sino que el trabajo se desarrolla en torno a cada Abad reformador,
señalándose la fecha de la elección de cada uno de ellos y a continuación
reseñando los sucesos más salientes del trienio. Por lo general, nuestro autor,
califica de manera discreta el modo de ser de las personas y señala el año de
su muerte[27].
Otras
obras[28]
Láurea Evangélica hecha
de varios discursos predicables con Tabla para todos los Santos y Dominicas.
Dedicada a Dña. María Manrique, madre de nuestro autor.
Santoral y Dominical Cisterciense
hecho de varios discursos predicables en las fiestas de N. Señora y
otros Santos. Dedicado a D. Alonso Manrique, Arzobispo de Burgos.
Sermón en la Beatificación de San
Ignacio.
Meditaciones para los días de
Cuaresma dedicadas a D. Juan Moncada, Arzobispo de Tarragona.
Meditaciones del Martirio
espiritual que padeció la Virgen Santísima
en la Pasión
de su hijo.
Santoral y Dominical cristiano.
Sermones varios.
Discursos predicables para todas
las fiestas de N. Señora.
Calendario de los Santos de la Orden Cisterciense.
Apología por la Mujer Fuerte Dña. María de
Vela, monja cisterciense en Santa Ana de Ávila. Va contra las
objeciones que el Sr. Vaquero ponía sobre la virtud y santidad de esta virgen.
Discurso sobre el socorro del
Clero al Estado Español.
Memorial por la Universidad de
Salamanca, presentado a la
M. de Felipe IV sobre ciertos recursos en puntos Teológicos y
Tratado de Charitate.
Historia y Vida de la Venerable Madre
Ana de Jesús, Discípula y Compañera de la Santa Madre Teresa de Jesús, Fundadora
en las provincias de Francia y Flandes.
CONCLUSIÓN
Ángel Manrique, como otros muchos
autores cistercienses, nos ha marcado un camino, una ruta a seguir, a estudiar,
a valorar y agradecer, pero también a profundizar, como es nuestro deber con la
historia de nuestra Orden y del Císter en España. Él nos enseña el valor de la
historia, de la doctrina tradicional, de cómo debemos conceder a lo antiguo la
debida importancia, sin dejar de valorar lo nuevo.
Qué importante es para nosotros,
“nuevas generaciones”, el ejemplo de estos grandes monjes cistercienses que nos
dejan el legado de un amor inmenso a la Orden, por sus orígenes y su historia.
Animándonos al estudio serio y responsable, a una formación permanente, tan
importante para poder conocer y apreciar mejor nuestros orígenes, nuestra
historia como Orden. Ellos nos enseñan a aprovechar los medios, que se nos
ofrecen hoy, para este estudio, como son estos Cursos de Formación Monástica,
que la misma Orden pone a nuestro alcance, ofreciéndonos la gran oportunidad de
crecer y profundizar en nuestra vocación como monjes y monjas cistercienses;
para así no cesar de buscar nuevos caminos y maneras mediante los cuales
podamos vivir, siempre con más plenitud, nuestra vocación según la voluntad de
Dios[29].
Como bien hizo Ángel Manrique.
Sor Eva Mª Campo Reguillo
Monasterio Cisterciense de San Benito
Talavera de la Reina
(Toledo)