Marcos 14,1-15,47.
“Mientras
estaban sentados a la mesa, mientras comían, dijo Jesús: En verdad os digo que
uno de vosotros, que come conmigo, me va a entregar”. (Mc 14,18).
En
el relato de la Pasión, según san Marcos, que acabamos de escuchar, Jesús
comienza sus palabras durante la Cena con este anuncio desconcertante que coloca
a todos sus discípulos en el desasosiego. No serán sus enemigos los que atraparán
a Jesús, sino que será uno de sus amigos quien se lo entregará. Un amigo pondrá
a Jesús en mano de sus enemigos. Un amigo entregará a Jesús al odio, a la
mentira, a la muerte.
Pero,
inmediatamente después de este anuncio, es como si Jesús se desmintiese, pues,
toma el pan, quizá el mismo pan del que había dado un bocado a Judas, pronuncia
la bendición, lo parte y lo da a los discípulos diciendo: “Tomad, este es mi
cuerpo”. Como si anunciase que no, que no será Judas quien le entregue, sino Él
mismo quien se entregue, quien se deje prender para ser consumado por y para
los hombres.
De
hecho, toda la Pasión y Muerte del Señor es obra de muchas manos, una especie
de colaboración paradójica donde las manos de Dios y las manos de los hombres
se unen en el bien y en el mal para entregar a Jesús, para ofrecer el cuerpo,
la sangre, la vida, toda la persona del Hijo de Dios. El resultado de esta obra
paradójica es la Redención, la Salvación ofrecida por toda la humanidad.
Sí,
todas las manos colaboran en esto, las de los amigos y las de los enemigos, las
de Dios y las de los hombres, las manos culpables y las manos inocentes. Las
manos del Padre entregan a Jesús; las manos de Jesús entregan su propio cuerpo
y su propia sangre; las manos de Judas, y las manos de los demás discípulos que
le abandonan en manos de los soldados; las manos de los que flagelan y golpean
a Jesús, quienes hunden los clavos en sus puños y pies, y las manos de Simón de
Cirene que ayuda a Jesús a llevar la cruz. Las manos de María, a su vez, no
retienen al Hijo en su ofrenda.
Pero
en el corazón de todo esto, en el corazón de esta obra inmensa de la Redención,
donde se unen tantas manos en el bien y el mal para realizar la Pasión del Hijo
de Dios, en el corazón de todo, y unificando toda esta obra, está Jesús que se
entrega, el Corazón de Jesús que entrega toda su persona por nosotros. En el
corazón de todo está la caridad de Dios, el amor de Cristo que da su vida por
toda la humanidad.
Si
las manos de los malvados y las manos de los buenos, si las manos de los
hombres y las manos de Dios se encuentran unidas para realizar esta obra
terrible de la Pasión y Muerte de Jesucristo, es que en el corazón de todo está
esencialmente la obra del amor de Dios que se realiza, la obra de la caridad de
Cristo que se cumple.
Instituyendo
la Eucaristía justamente antes de la Pasión, es como si Jesús dijese a sus
discípulos: “Vais a ver acciones terribles y abominables en estos días, veréis
a los hombres hacerme mal, el mayor mal que puede hacerse en el mundo, y
vosotros seréis colaboradores de este mal por vuestra debilidad, vuestra
infidelidad, vuestro orgullo. Veréis al mal vencer al bien, destruir al bien.
Veréis la muerte destruir la vida, el odio destruir el amor. Pues bien, ¡no! Lo
que veréis no será esto, nunca será esto. Pues, en realidad, a través de todo
esto, veréis mi amor en la obra, me veréis redimir el mundo, salvar el mundo,
perdonar a los hombres todos sus pecados. Porque, en el corazón de todo, mi
corazón y mis manos toman mi cuerpo y mi sangre, toda mi persona, para
entregarlos, ofrecerlos, para la Salvación del mundo. Bajo las apariencias de
mal, de odio, de mentira, de muerte, en estos días y a lo largo de toda la
historia del mundo, es la obra de mi Eucaristía la que se transmitirá, se
realizará continuamente, infatigablemente”.
Es
en este espíritu, queridos Hermanos y Hermanas, en el que estamos invitados a
entrar en la Semana Santa, como volviendo los ojos del corazón hacia el
verdadero rostro de la realidad, de todo lo que pasa en el mundo y en nuestras
vidas. A pesar de todas las apariencias, lo que sucede desde la Muerte y la
Resurrección de Cristo, es la obra del más grande amor, el acontecimiento de la
caridad de Dios que se entrega Él mismo por nuestra salvación.
Fr. Mauro-Giuseppe Lepori
Abad General O.Cist.